Asistiremos en los próximos años a los esfuerzos para que los mundos virtuales que está creando la tecnología se viertan en nuestras vidas, habiten entre nosotros, es decir, ocupando el lugar que pisamos

La niña coloca el cuento en el suelo y a continuación se sube en el libro y procura mantenerse en equilibro. Lo hace también con otros objetos. Y no es por afán de romper, como suelen pensar los padres, sino de poseer. Somos territoriales, y esta territorialidad, clave de la supervivencia, nos empuja a ocupar el espacio (en este caso la superficie del libro con las plantas de sus pies) como forma de apropiación. Luego, pasado un tiempo, la niña colocará el libro en una estantería, y sentirá de otra forma la posesión al dar lugar a su cuento favorito; porque cuando las cosas tienen lugar es que se hacen realidad. Y quizá dentro de unos años seguirá apreciando un libro códice, pues es irresistible el volumen y peso de ese lugar de las palabras que es el libro en papel; aunque seguro que la mayor parte de sus lecturas sean en libros en el espejo (ebooks) y más todavía escuchando la lectura en voz alta de un libro o conversando con un bot (intermediario de un autor); una conversación cómplice, porque ella y el bot se conocen muy bien (y el bot también la obra del autor).
Sin digitalizar el mundo (virtualidad) no habría sido posible aproximar tantas cosas (masivas y distantes) a las personas, a cada persona. Y ahora queda devolverles su realidad dándoles lugar entre nosotros.

Ya con más edad, le gustará viajar a lugares sobre los que ha leído, escuchado o conversado. Esos escenarios y sucesos acaecidos están en su mundo virtual de la memoria, intenso, emotivo, y el impulso es ocupar ese espacio, poner sus plantas de los pies como lo hacía sobre el cuento, para que lo virtual de su memoria tenga lugar, se haga real. Presencia. Una experiencia insustituible.

Además de la memoria o la imaginación (que se hace con las piezas recombinadas de la memoria), mundos virtuales que nos empujan a darles lugar, hoy hemos creado la virtualidad digital que crece sin cesar y que también pide su lugar. No nos satisface que la nueva virtualidad esté confinada al otro lado del espejo de la pantalla, queremos que se vierta y darle lugar entre nosotros. Es el gran impulso de lo virtual en el ser humano: hacerse realidad. Por eso la virtualidad tiene dos acepciones, que no son excluyentes, sino que se trenzan: la de apariencia e irrealidad y la de fuerza o facultad para producir algo. Así que lo virtual es motor de nuestras acciones y realizaciones.

Asistiremos en los próximos años a los esfuerzos para que los mundos virtuales que está creando la tecnología se viertan en nuestras vidas, habiten entre nosotros, es decir, ocupando el lugar que pisamos. La oralidad, la realidad aumentada y los avatares 3D posibilitarán esa ocupación

Oír la palabra significa que el aire que ocupa tu entorno vibra. Ocupa el lugar como lo hace el aire. Es esa sensación de presencia, de proximidad envolvente, que provoca el sonido. La tendencia actual que ya se está percibiendo es hacia la oralidad: dar lugar entre nosotros a aquello que está confinado y haciéndonos señas detrás del espejo de la pantalla. Nos llegará de palabra parte de lo que ahora los píxeles nos hacen ver.

Con la realidad aumentada —y toda la gama de realizaciones que se pueden crear— hacemos hueco entre nuestros objetos a aquello que tendríamos que ir a buscarlo al otro lado de la pantalla. Colocamos esto virtual entre los objetos que tienen volumen y masa. Comparten presencia… y realidad.

La impresión 3D da lugar a los átomos donde hay bits. Adquieren masa. Y así tenemos ya un avatar de lo que era virtual. Lo venimos haciendo desde que nuestro cerebro, incansable, no ha dejado día y noche de hacer brotar virtualidad. Muchas culturas crean avatares de las divinidades y espíritus encarnándolos, dándoles corporeidad (humanos, animales, árboles y piedras) y, por tanto, lugar entre nosotros. Igualmente, por omnipresente que sea la divinidad se le da lugar en un recinto sagrado, en un templo.

Sin digitalizar el mundo (virtualidad) no habría sido posible aproximar tantas cosas (masivas y distantes) a las personas, a cada persona. Y ahora queda devolverles su realidad dándoles lugar entre nosotros.

Así que esa niña que ahora pisa el libro vivirá un mundo enriquecido por la presencia de objetos y sucesos imposible hoy. Podrá habitar un lugar en el mundo mucho más intenso y denso; pues no hay que olvidar que el lugar es esa parte del mundo que está a su alcance y en el que puede intervenir, y en donde se da el asombro de que las cosas se hacen reales.

Fuente: retina.elpais.com

Autor: Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid