Reinará la incertidumbre como probablemente pocas veces ha ocurrido y resultará imprescindible volver la mirada hacia el mercado interno

Europa, y más precisamente la Unión Europea, pasa por momentos de dudas que podríamos llamar existenciales, no tanto por los vaivenes cíclicos de la economía, como por su papel como ente político, bien que de naturaleza débil por su poco consistente organización política supranacional.

Y la cosa no es de ahora, aunque sea en estos momentos cuando los ingredientes populistas hagan más plásticos los ataques a su desempeño, sino que ya viene desde la caída del muro de Berlín, cuando los Estados Unidos de América comienzan un cambio cualitativo muy relevante. Las guerras que hemos conocido allá por Asia, así como la transformación rampante de la OTAN, definen un nuevo marco de relaciones de facto, que culminan con el estilo de las políticas de Donald Trump.

Aquel conjunto más o menos coherente de naciones, con una referencia legitimadora en la defensa de la libertad, el mundo occidental, ha pasado a un estado de sonambulismo estratégico, en feliz expresión Pascal Boniface. Después del Brexit, la alianza de Gran Bretaña con Trump se hará más sólida, con lo que no sólo asistiremos a una retórica explícitamente antieuropea, sino que también sufriremos más proteccionismo. Del mismo modo, la Unión Europea tendrá que plantearse seriamente una política efectiva de defensa, ya que el Tío Sam va a estar cada vez menos por la labor.

En definitiva, el mundo cambia con rapidez, la globalización ha resultado más problemática que lo que los apóstoles de la liberalización absoluta de los movimientos de capital pronosticaban y los desafíos, lejos de desvanecerse, se incrementan. Es en este marco problemático en el que el año 2020 se inicia, con no pocas incógnitas políticas –entre las que destaca el caso español– y una evolución del ciclo económico que se está resintiendo del sector industrial. En efecto, Bruselas ha parecido sentir alergia a las políticas industriales, una especie de ángulo muerto de la construcción europea, en el decir de los patrones del ramo y también de los sindicatos. Pero China y los Estados Unidos amenazan ese autismo comunitario, lo que quizá anuncie planes más ofensivos.

En cualquier caso, la innovación ha de impulsarse con más decisión, simplificando los procedimientos. Las reglas de competencia, a su vez, deberían permitir los campeones europeos, por la vía de los proyectos de interés común, mientras que se fortifican los instrumentos de defensa comercial para luchar contra el dumping, mirando a China por el retrovisor.

También se tendrá que avanzar en ciberseguridad, coordinando el despliegue de las 5G, y en los programas espaciales, completando la financiación de Galileo y Copernicus. Y en el asunto más tradicional y controvertido de la PAC, la Comisión seguirá encontrándose con una patata caliente, pues los grupos de presión son fuertes y bien entrenados. Se espera una política más centrada en cultivos extensivos, con mayor autonomía de los Estados miembros, pero habrá que ver lo que los nuevos gestores son capaces de hacer.

No menos ardua será la tarea de conseguir un consenso sobre los objetivos climáticos, para 2050, plena de complejidad, ya que se verán involucrados los transportes, la industria, la agricultura…, con grandes avances en la retórica y más modestos en la práctica. Cosa similar ocurre con la política social, que no ha conseguido implantar un salario mínimo, al menos igual a un porcentaje del salario mediano de cada país. Sin embargo, ha de consolidarse un logro bien relevante: el marco legal para los trabajadores expatriados. Una autoridad europea del trabajo se ha lanzado en febrero, lo que permitirá una lucha más eficaz contra el dumping social.

Más son, sin duda, los entresijos de las políticas comunitarias que serán abordados por una Comisión todavía inédita en su desempeño. Sin embargo, lo que sí sabemos es que en Bruselas se pronostica menos crecimiento, por un entorno exterior poco favorable: conflictos comerciales, acentuación de las tensiones internacionales, menor velocidad de crucero del sector manufacturero y consecuencias del Brexit. Es decir, lo que asusta a los inversores, reinará la incertidumbre, probablemente como pocas veces ha existido. Y la mirada hacia el mercado interno se hace imprescindible.

Fuente: cinco días.elpais.com

Autor: Luis Caramés Viéitez, Asesor de la Presidencia del Consejo de Economistas y académico de la Real Academia Galega de Ciencias