Política macroeconómica expansiva, beneficios fiscales atados al desempeño socioambiental de las empresas, progresiva desaparición del efectivo... Son algunos de los pronósticos que se auguran en la economía postpandemia

Eso dicen personas expertas en materia económica. Pero no se preocupe, no he venido a hablar del mar a quienes han nacido en la playa. Lo mío es la inteligencia emocional aplicada a las empresas, la gestión de la responsabilidad  de personas y organizaciones, y sus conductas en sociedad. Y la economía es uno de los pilares indiscutibles de esa sociedad que hemos construido. Lo que no tengo muy claro es que lo hayamos hecho demasiado bien hasta ahora. ¿Usted qué opina?

Más voces expertas en materia económica dicen que la  globalización ha sufrido un duro revés, y que se intuye  la evolución hacia una economía menos global en la que  la dependencia extrema de según qué suministros externos va a cambiar. Que el teletrabajo, que ha salvado el  expediente de muchas empresas, se ha consolidado. Que  la digitalización de las organizaciones es la prioridad.  Que la reconstrucción económica va a ser más complicada por el alto endeudamiento público. Y, sobre todo,  que siguen siendo las empresas los agentes clave para  marcar la recuperación verde que ansía el mundo. Todo  es coherente con las lecciones aprendidas en pandemia.

Nadie puede ya dudar que este recalcitrante virus, que ha  puesto el mundo patas arriba, también lo ha cambiado irreversiblemente. No volveremos a la normalidad que conocíamos, lo siento si le  fastidio el sueño. Pero como todo cambio  en la vida –que la vida es cambio–, éste  también nos trae muchísimas oportunidades que espero que seamos capaces  de aprovechar.

EMPRESAS Y SOCIEDAD, UN DIVORCIO  QUE NUNCA DEBIÓ DARSE  

La economía es una ciencia social y las em- presas uno de sus principales actores. Por  eso creo que deberían haber tenido mucho  más interiorizado en su ADN ese gen social  que le da su propia naturaleza. Pero no ha  sido así. La rentabilidad a toda costa y el  cortoplacismo han manejado en general  las riendas del carro empresarial por encima de su función social, con devasta- dores resultados globales para el planeta.

Ya se empezaba a movilizar desde hacía  tiempo una nueva revolución económica,  un cambio sustancial que han encabezado  muchos movimientos internacionales bajo  el paraguas de la Responsabilidad Social  Corporativa (RSC). Ahora la pandemia lo  está acelerando todo afortunadamente. De hecho, con la paralización socioeconómica provocada por el coronavirus,  hemos sido más conscientes que nunca  de la importancia de las empresas para  el bienestar colectivo.

No es nada nuevo. Ya teníamos claro que  las empresas deben formar parte de la  solución global, porque todos los Esta- dos, ONG e instituciones públicas juntas  no llegaban y nunca podrían haber llegado a resolver solas las brechas sociales, económicas y ambientales que  siguen creciendo. Es una certeza que también ha venido a ratificar la pandemia.

LA EVOLUCIÓN DE LA RSC  

Esta crisis sanitaria nos ha servido para  tomar conciencia de muchas cosas. Por  ejemplo, de que el término RSC ya está anticuado, porque las necesidades mundiales  van mucho más rápidas que este concepto  que hemos mal usado, malinterpretado y  malentendido desde hace demasiado  tiempo. La Responsabilidad Social Corporativa suena a vieja economía, y necesitamos una nueva.

Resulta paradójico que hablemos de la  necesidad de hacer evolucionar un concepto que todavía muchísima gente des - conoce. Pero está pasando. Sin embargo,  en el fondo, lo llamemos como lo llamemos, hablamos de lo mismo.

Hacer RSC es mucho más que cumplir la  ley o gestionar con ética, aunque eso es lo  primero. La RSC es mucho más que evaluar  y trabajar los impactos ambientales y sociales que provoca una actividad empresarial, aunque eso es imprescindible. Es  mucho más que ser consecuente con todas  las personas que sostienen la actividad de  cada empresa en cualquier punto de su cadena de valor, aunque eso es primordial. Y  desde luego, la RSC es mucho más que  ayudar a la sociedad, aunque esa es la  mejor consecuencia.

La RSC o el compromiso social de las em- presas es una forma de ser, una manera  responsable de hacer y gestionar desde las  mismas entrañas de la organización. Poner  al mismo nivel los resultados económicos,  sociales y ambientales. Tener habilidad para comunicarse de forma efectiva y pro- ductiva con todos los públicos de interés,  mirar a largo plazo y poner el foco en las  personas reconciliándose con la vida que  le rodea.

Y todo eso, siendo muy conscientes de  que las empresas existen mientras son  rentables, es su primera responsabilidad  social. Así que, si la RSC no es rentable,  no es RSC. Porque el compromiso como  agentes de cambio tiene que valerles para  seguir existiendo, algo que depende sobre  todo de quienes consumimos. Y de  quienes gobiernan. Nadie puede sentirse  al margen de la sostenibilidad.

Esa es la razón por la que el Pacto Mundial de las Naciones Unidas con sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el  movimiento B-CORP o el de Sistema B Internacional con la certificación de empresas buenas para el mundo, y todas las  iniciativas legislativas o marcos reguladores de la todavía llamada Responsabilidad Social Corporativa buscan lo  mismo: implicar a las empresas. Ellas  constituyen el motor mundial, las grandes  y sobre todo las pequeñas empresas, que  son la aplastante mayoría.

Y la necesaria generalización y evolución  de la RSC es la sostenibilidad que se avecina, o la recuperación verde que llaman,  con una clave común: hay que ser capaz  de mirar más allá de nuestra propia esperanza de vida, algo que no entiendo por  qué le resulta tan difícil a la especie animal  más consciente de “la insoportable leve- dad del ser”, que diría Milán Kundera.  

MARKETING Y RSC, EL MATRIMONIO  PERFECTO

Desde la Declaración Universal de los  Derechos Humanos en 1948, muchas son  las normativas, acuerdos internacionales,  decretos e incluso leyes que se han desarrollado en el mundo para impulsar la responsabilidad social de las empresas. Ser o  no ser responsable es cada vez menos  una opción voluntaria y cada vez más  una obligación.

En España, la Ley Orgánica 1/2015 de 30  de marzo por la que se modificó el Código  Penal, y que obliga a todas las empresas  de cualquier tamaño a prevenir los delitos  en su seno, o la Ley 11/2018 de 28 de diciembre para la divulgación de información  no financiera y diversidad, son algunas de  las vueltas de tuerca más recientes respecto a la obligación de ser ética y responsable socialmente.

Sin embargo, han sido las leyes propias del  mercado las que se han encargado mejor  de diferenciar y potenciar a las empresas  responsables. Bien lo saben las grandes firmas cotizadas. Y lo que viene no es diferente. La población está bastante más  concienciada, y la Green Recovery o recuperación verde que se impone en Europa  alinea las medidas de recuperación  económica a la sostenibilidad. Así que, tras  la pandemia, las empresas serán responsables o simplemente no serán.

Y en todo este escenario, el compromiso  con la sostenibilidad ya sea obligado o  voluntario, tiene un aliado perfecto: el  marketing.

Marketing y RSC son las dos caras de la  moneda que más poderosa hace a  cualquier empresa. Y el mundo necesita  eso: empresas poderosas que, además de  ganar dinero, sean conscientes de su papel  como agentes del necesario cambio global  y sepan sacarle partido a esta imprescindible otra forma de hacer negocios. No  cabrán más alternativas.

En la era del Antropoceno que vivimos, con  una evolución tecnológica sin precedentes  acelerada igualmente por la pandemia, la  masa consumidora está más preparada  que nunca, es más activa, tiene mucho  más acceso a la información y, sobre todo,  está capacitada para convertirse en prescriptora de opinión en cualquier momento  desde sus dispositivos móviles.

Nunca antes había sido más útil el marketing y sus estrategias en un mercado tan  convulso, volátil e incierto como el que vivimos. Y nunca, en la historia de la humanidad, el éxito de las empresas y el futuro  de la sociedad han estado más unidos.  Nunca, por tanto, el marketing y la RSC  fueron más necesarios.  

ECONOMÍA DE VIDA

  La tendencia está clara. Mientras hay empresas que todavía no consideran el  desarrollo sostenible o su responsabilidad  social, la pandemia acelera las corrientes  internacionales que ya hablaban de la urgencia de trascender estos conceptos hacia  otros como el desarrollo regenerativo, la  economía circular o la responsabilidad social con propósito, esto es, la actividad empresarial con conciencia de ser parte activa  del necesario cambio para evitar la extinción de la vida.

Ahora mismo, y según avanzan los países  en sus campañas de vacunación, sus pro- gramas de recuperación socioeconómica y  sus particulares desescaladas, el mundo  entero dice debatirse entre la vida y la  economía, como si fueran conceptos enfrentados. No volvamos a equivocarnos.

Tenemos todo el camino recorrido por la  RSC. Tenemos todo el aprendizaje recogido  en las últimas décadas. Tenemos evidencias naturales que nos muestran la necesidad del cambio. Y tenemos muchísimas  grandes y pequeñas empresas que ya han  iniciado el camino en una nueva economía.

Las miradas pesimistas hablan de la irreversible sexta gran extinción de la vida en  la Tierra; las realistas miran al futuro y  hablan de un urgente y necesario cambio  de modelo social y económico; y las mi- radas optimistas nos ponemos manos a la  obra. En la acción está la diferencia. Instituciones, empresas y personas, cada cual  a su nivel y en su ámbito de influencia,  debemos asumir nuestra parte.

Es momento de trabajar para demostrar  que la vida y la economía no están enfrentadas, y que podemos hacer economía de vida. Aunque todavía sea con  mascarilla

Fuente: Marketing News

Autor: Lola Pelayo