En este siglo, para lograr un trabajo cualificado y mantenerlo, la formación durante toda la vida será imprescindible

Hay frases con las que no se puede negociar. Porque su sujeto, verbo y predicado son la gramática de la realidad. “O aprendemos durante toda la vida, o nos convertiremos en el bar de copas de Europa”.

El filósofo y pedagogo José Antonio Marina propone una sentencia que se queda a vivir en la preocupación y en la memoria. El mundo viaja hacia una sociedad del aprendizaje que será de por vida. Esta nueva era exige repensar nuestra relación con el trabajo y la existencia. “En todos mis días no he conocido a nadie sabio (da igual la actividad profesional que tuviese) que no lea todo el tiempo. Nadie. Cero”, ha explicado Charlie Munger, multimillonario y durante décadas socio del magnate Warren Buffett. Otro mito, Bill Gates, dedica sus 15 días de vacaciones anuales a leer. Y en esas páginas se ha cruzado con Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de Estados Unidos. “La inversión en conocimiento paga el mejor interés”, escribió. Pero la vida actual persigue antes el dinero que la sabiduría. Pese al elevado coste. “Nos regimos por la ley universal del aprendizaje. Toda sociedad, para sobrevivir, necesita aprender a la misma velocidad que cambia el entorno”, avisa José Antonio Marina.
Las sociedades occidentales construyen la existencia sobre una secuencia que ya no sirve. “Formación, trabajo y jubilación. Este patrón va a variar radicalmente porque vivimos bajo un cambio tecnológico inminente y vivimos mucho más tiempo”, observa Andrew Scott, profesor de Economía de la London Business School (LBS) y coautor junto a Lynda Gratton de La vida de 100 años. Vivir y trabajar en la era de la longevidad. “El aprendizaje durante toda la existencia obliga a cambiar nuestra actitud hacia la edad (las personas mayores pueden aprender), pero también requiere una mayor mezcla intergeneracional en las aulas y en el puesto de trabajo. Hoy se puede volver a los pupitres a los 20, 40 o 60 años. Y resultará interesante ver quién da esa formación de por vida. ¿Serán las universidades tradicionales o nuevos jugadores?”, cuestiona el docente.

Menor brecha digital
Ese retorno resulta irrenunciable. “El hito de la jubilación a los 65 años se inventó en el siglo XIX, cuando la esperanza de vida apenas era de 40 años. Es fundamental seguir estando al día”, apunta Francisco Abad, director de la fundación Empresa y Sociedad, quien a sus “cincuenta y tantos años” se ha matriculado en un programa Executive para trabajar en entornos complejos. Pues estas generaciones mayores no se sienten, pese a la desigualdad que traen los jóvenes y su arraigo tecnológico, tan desprotegidas como pudiera parecer. “Fueron ellos quienes adoptaron el ordenador en sus puestos de trabajo, los que comenzaron a compartir ficheros y quienes sincronizaron sus agendas con Outlook. Por eso la brecha digital no es tanta como parece”, matiza Jordi Brunat, director de Esade Executive Education.

Pese a todo, se percibe la distancia entre la longevidad y lo tecnológico. El 18% de las personas analfabetas en el mundo tiene más de 65 años y uno de cada seis países gasta menos del 0,3% de su riqueza en educación adulta. Si, además de las palabras, se quedan apartados de la tecnología, bien podría ser un detonante social del descontento. Pues el verbo aprender tiene nuevas acepciones. “El analfabetismo en el siglo XXI no significa no saber leer ni escribir, sino ser incapaz de aprender, desaprender y reapren­der”, sostenía Alvin Toffler (1928-2016), visionario de la economía del conocimiento. Vivimos en una era de cambios que asustan e ilusionan. “El acelerado y profundo movimiento de transformación en el que hemos entrado nos obliga a replantear el proceso de formación como un continuo en nuestro desarrollo profesional”, refrenda Segor Teclesmayer, socio responsable de People de KPMG.
Gran parte de este cambio que lleva al aprendizaje constante viaja enrolado en la tecnología. Los teléfonos inteligentes dan formación ininterrumpida, y la realidad virtual y los juegos basados en la neurociencia (gamificación) están redefiniendo la aventura del conocimiento. “El big data traerá la próxima revolución al mundo de la enseñanza cuando seamos capaces de conocer tan bien a una persona que podamos adaptar la formación a su nivel de capacitación real, su ritmo de aprendizaje o su manera preferida de consumir información”, vaticina Luis Díaz, managing director de talento y organización de Accenture.

Robotización
Es el tiempo de las máquinas y de su compleja convivencia con el hombre. Veremos si los tecnopesimistas (como los profesores Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, de la Universidad de Oxford, quienes aventuraban en 2013 que el 47% de los trabajos en Estados Unidos eran susceptibles de ser robotizados) tienen razón y enfrentamos una batalla que ni siquiera podrá dar el aprendizaje continuo. “De momento, en un entorno altamente robotizado, la principal ventaja competitiva de las empresas vendrá del talento interno del que disponen”, observa Ramón Gurriarán, director de posgrado y Executive Education de la EOI. O sea, de las personas.
El equilibrio entre esa juventud y la ancianidad, entre tecnología y tradición, sostiene la búsqueda del mejor de los futuros posibles. Para ser competitivos y, a la vez, dar a todos los trabajadores las mayores posibilidades de éxito, las economías necesitan ofrecer prácticas y carreras donde la formación se extienda a lo largo de la vida laboral. Donde, tal vez, se escuchen palabras en inglés que restañen el trabajo y el cuerpo. “Aprender una segunda lengua es el mejor entrenamiento para nuestro cerebro, ya que puede ayudar a retrasar hasta en cinco años de media enfermedades neurovegetativas como el alzhéimer”, defiende Leopoldo Cano, fundador de BrainLang, una empresa que enseña el idioma con el método Visual Listening. “Es tiempo de derribar mitos: aprender inglés a partir de los 50 o 60 años no resulta solo posible, sino muy recomendable”, dice. En Suecia, el 40% de los adultos participa en programas de formación continua y la mayoría habla la lengua del escritor británico Graham Greene: “La humanidad avanza gracias no solo a los potentes empujones de sus grandes hombres, sino también a los modestos impulsos de cada persona responsable”.

Fuente: economía.elpais.com

Autor: Miguel Ángel García Vega